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Amor Encarcelado

  • Foto del escritor: Andrea García Chávez
    Andrea García Chávez
  • 1 dic 2015
  • 1 Min. de lectura

Me enamoré. Me enamoré perdidamente, como una chiquilla ingenua y pura. Me enamoré ciegamente. De aquél que me hizo descubrir cosas de mí misma que hasta entonces no conocía. Aquél que despertó en mí sentimientos que nadie más había logrado encender. Me enamoré de él. Me enamoré del café de sus ojos, del roce de sus manos, de la seguridad de sus brazos. Me enamoré de cómo sus labios al tocar mi piel causaban ese cosquilleo en mi interior. Y ahora siento un gran cariño, cariño solamente. Porque aquellas emociones por las que me dejé llevar hace meses quedaron enterradas, sepultadas y encerradas detrás de un gran muro. Un muro que se erigió el día en que fueron traicionadas. Ocultas, en donde nadie más pudiese hacerles daño. Detrás del sarcasmo, de los celos, de la rudeza y del enojo. De todas aquellas emociones que harían más difícil entrar a quienes quisieran llegar al corazón de una chica. Así pues, nadie lograría entrar y nadie lograría herirlo. Pero de la misma forma, nadie lograría nutrirlo, ni amarlo. Y todo por una traición, por un golpe bajo que recibió aquél día. Y desde entonces, muchos han intentado llegar hasta el fondo de ese fuerte, incluyendo aquél que causó el inicio de la prisión. Pero por más intentos, nadie lo ha logrado.

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