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Próxima Parada

  • Foto del escritor: Andrea García Chávez
    Andrea García Chávez
  • 11 may 2016
  • 3 Min. de lectura

¿Qué hacer cuando se está esperando? ¿Qué haces cuando te ves obligado a pasar un largo rato encerrada en un vehículo en movimiento para llegar a tu destino? Mucha gente decide aprovechar ese tiempo y se inculca con lecturas, duerme un rato o arregla asuntos a distancia. Otras tienen la fortuna de realizar el viaje en compañía, y otras más se alejan del mundo y se introducen en la era digital, olvidándose de hacer contacto con el resto de seres a su alrededor.


¿Qué hago yo? Yo prefiero seguir al primer grupo de personas, aprovechar el tiempo o perderme mientras observo el paisaje a la distancia e imaginarme miles de historias que pueden o no suceder en compañía de mi siempre fiel música.


El día de hoy es un viaje tranquilo, a media mañana casi nunca hay gente y me puedo desperezar en los asientos vacíos. Hay un par de personas en el mismo vagón, un hombre con audífonos, otro trabajando en su computadora, dos estudiantes intercambiando apuntes y una mujer leyendo. Y luego estoy yo en mi típico asiento, al principio del segundo tren, viendo toda la perspectiva desde mi lugar.


Una parada, sube más gente. Dos paradas, el frío entra por la puerta. Tres paradas, el sonido de apertura y cierre seguido de un silencio.


Mientras, veo el horizonte. Cuarta parada, la puerta se abre, salen personas y una mariposa ahora llena el lugar que ocupaba esa gente. Me quedo observándola, sus colores me atraen, azul brillante contorneado por negro. Revolotea de un lado a otro al compás de la música que danza en mi cabeza. Y de repente, se detiene encima de la cabecera de un asiento. Justo frente a mi punto de vista. Me quedo apreciándola cual niño descubriendo un nuevo color. Mis ojos enfocan algo detrás, un hombre. Nuestras miradas se cruzan y ninguno cede. Hay algo que mantiene mi vista fija, como si pudiese ver más allá de sus ojos. No dejo de mirar, temo perder de vista aquello que me altera tanto. Es esa sensación de cuando percibes un peligro a punto de suceder y no quieres alejar tu atención por mantenerte alerta. Hay algo extraño en ese sujeto, algo terrorífico y excitante a la vez. Algo que me hipnotiza.


Un cambio me saca de mi ensimismamiento, un suceso imprevesible de luz y color que aleja mis ojos del frente, hace que aparte la vista para evitar la ceguera de una iluminación muy potente. Trato de ver que ocurre, a la distancia solo hay tierras, un paisaje reverdeciendo después de un crudo invierno, montañas bajas con pocos árboles, terrenos bien arados listos para albergar vida otra vez.


Un nuevo evento, la mariposa alzó el vuelo. Recuerdo mi temor y busco a quien lo inició. El hombre se había levantado. Puedo ver mejor su edad, su cansancio, debe tener al menos 40 años. Lleva consigo un abrigo a pesar del inicio de primavera y el calor, y una mochila. ¿Una mochila? Uno creería que un hombre de tal edad cambiaría una mochila por un portafolios o una maleta algo más formal, apropiada para sus décadas bien empleadas.


Camina un poco buscando un asiento mejor, algo más céntrico, pero no se sienta. Al tren aun le falta recorrido, no dejo de verlo con gesto de poco entendimiento. Mi mente vuela de un lado a otro tratando de comprender. Puedo sentir como su ritmo cardíaco aumenta, movimientos involuntarios de las manos, nervios, respiración más profunda tratando de templar su ansiedad. Una mano sube hasta sus ojos, los frota con arrepentimiento. Se pone la mochila con un movimiento fuerte y rápido. Veo como su mirada vuelve a buscar la mía, se encuentran, una lágrima.


Mi rostro hasta entonces lleno de intriga se expande, mis ojos engrandecen y mi boca absorbe un suspiro de aire. Ahora lo entiendo, ese temor que sentía, esa percepción, ese sexto sentido, eran ciertos. Debí haberle echo caso a mi intuición y bajarme en la última estación. Sí, la última, pues después de ese par de segundos ya no habría otra parada. Mis sentimientos vacilaron y saltaron de un lado a otro, pasé por todos los estados, pasé por todos los recuerdos, pasé por todas las personas. Me levanto con un salto sin dejar de ver al hombre frente a mí. Todo sucede en un palpitar, el mismo tiempo que toma un suspiro en salir del cuerpo y volver a entrar al alma. Una luz. Un estruendo.


Próxima parada: Aranjuez, final del trayecto. Renfe cercanías les agradece el haber elegido este servicio.


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